Tus compañeros de trabajo no te dicen lo bien que lo has hecho, en tu casa tu pareja no te dice qué bien hiciste la cena… hay quien todo esto le hace perder valor, necesitas reconocimiento desde fuera, nos gusta mucho que nos digan lo bien que hacemos tal o cual cosa. ¿Te resulta familiar esta afirmación?
El reconocimiento es algo que nace en la infancia, cuando nuestros padres se alegran y lo externalizan con alegría al hacer algo bien y esto para nosotros supone un premio enorme.
Los mimos, los gestos de afecto, el aplauso y las palabras cariñosas nos hacen repetir el gesto que las ha provocado. Es algo normal que ya Maslow lo dejó patente en su conocida pirámide.
Cuando el niño no encuentra el reconocimiento que ha obtenido en alguna ocasión en su círculo más cercano, tratará de buscarlo en otros ámbitos y de otras formas, incluso fuera de su más íntimo círculo familiar. Cuando se llega a la edad adulta, podemos seguir buscando el reconocimiento de los demás a través de nuestra actuación concreta, a través de nuestra forma de comportamiento… en definitiva de lo que se espera de nosotros.
Reconocimiento en la vida
Esta práctica es algo muy habitual y sin duda procede en la inmensa mayoría de las veces de la falta de reconocimiento en la infancia, cuando los padres no dieron la atención necesaria o el reconocimiento preciso, o al contrario, cuando dieron excesivo reconocimiento y ya en la edad adulta no se obtiene o no al menos de una forma tan fácil.
Las personas que buscan constantemente el reconocimiento y lo tienen como leit motiv de su vida, muy probablemente lo necesitan para mantener su autoestima. Es un refuerzo exterior que condiciona su vida y que hace que haya actuaciones desnaturalizadas pues se basan no en lo que verdaderamente se quiere hacer, sino en lo que realmente se quiere recibir del exterior. Salir en un periódico, que hablen de uno por la calle, que sea reconocido y saludado, que sepan que uno tiene poder y se reconozca como tal… son tantas las expresiones de reconocimiento que podríamos estar relatando sin parar y que seguro que en tu vida encuentras algunas que son similares. No por ello son malas (a quién no le gusta que le digan que cocina bien o que es un extraordinario constructor de maquetas o que pinta unos cuadros espectaculares…) lo «malo» es ser dependiente de este reconocimiento permanente y que sea el que nos marque el camino de nuestra vida.
Cuando nos observamos en nosotros o en los demás estos síntomas, indican que en realidad se está intentando llevar un vacío que se remonta a hace mucho tiempo atrás.
Reflexiones
Busca a qué se debe que busques reconocimiento: en el trabajo buscas el halago de tu jefe, que te diga qué bien lo has hecho, que te felicite por algo trivial. Lo mismo en las relaciones de pareja o de amigos. Mírate a ver desde cuándo te sientes así y por qué necesitas saber que satisfaces las necesidades de los otros para sentirte bien tu.
Con una actitud así, crees que haces las cosas de corazón o lo haces de forma inconsciente para recibir la aprobación exterior. ¿Actuando así condicionas tu vida a lo que los demás esperan de ti?
Consejo
Lo más importante es retomar el poder: existir solo depende de uno mismo. También es importante cambiar de estrategia e intentar convertirse en esa persona a quien tanto queremos complacer, y para ello debemos mimarnos. Seamos más consentidores de nosotros mismos, menos duros. ¿Nos queremos más a nosotros cuando estamos deseando que nos digan desde fuera lo buenos que somos?
Querámonos un poco más y que los halagos vengan desde dentro, reconociendo que somos personas íntegras y que primero debemos querernos por lo que somos, por lo que depende de nosotros y no por lo que los demás esperan de nosotros o por lo que tenemos.