La felicidad, una palabra tan utilizada por nosotros desde hace miles de años, y que nos sigue volviendo un poco locos a todos, buscando su fórmula mágica, tanto en filosofía como en religión, o en psicología.
Pienso, que la receta de la felicidad tiene numerosos ingredientes y para cada cuál, los suyos propios. Quizás el principal ingrediente sea no buscarla, como algo obsesivo que nos hace al final ir a la deriva. ¿Será verdad que cuándo dejas de buscarla te das cuenta de que ya eres feliz?
Puedo decir que estoy en un momento muy feliz de mi vida, y analizando las piezas de mi puzle se me ocurren algunas:
La primera es el resultado de un largo camino, es haber tenido el coraje de vivir como quería vivir, acorde a mis valores.
La segunda es aceptar tanto mis emociones como a mí misma. Es el auto-cuidado.
La tercera es dejarme de preocupar por el futuro, que no sé cuál será, ni a dónde me llevará. Tener suposiciones sobre algo tan incierto, sólo me puede traer más quebraderos de cabeza. El ahora es mi momento.
La cuarta es el amor, es querer el bien del otro por encima de mis sentimientos. Es respetar y amar a la persona como es. Es también amarte a ti mismo como al prójimo. Es atreverse a poner límites, se trata de tener el valor de amarnos a nosotros mismos incluso corriendo el riesgo de decepcionar a otros. Es tener el valor a amar y ser amados como nos merecemos.
La quinta es la meditación, la serenidad y la paz que me da.
La sexta es la adaptación a las circunstancias, al continuo cambio que resulta el vivir. Es algo que hay que trabajar, que no viene dado.
La séptima es la elección a serlo. Porque quién elige, decide. Cuando lo decides en tus pensamientos lo acabas materializando en tu realidad. Es una actitud.
La octava es la honestidad, es mostrarme tal como soy, es decir lo que pienso, es permitirme ser vulnerable.
La novena es la gratitud, el ser consciente de todo lo que tengo ya, que no necesito más. Es agradecer a las personas que tengo alrededor porque están en mi vida. Me hace sentir muy afortunada.
La décima y última, no por ello la menos importante, es compartir mi vida con las personas que me quieren y quiero. Dedicarles mi tiempo, mi dedicación, el comprometerme, cuidarlas, estar. Y dejar que ellos hagan los mismo por ti.
Estas anteriormente descritas son quizás mis bases, pero cada día hay un montón más de piezas, muy diferentes, únicas e irrepetibles. Se me ocurren algunas como: reírnos como tontos, cantar en el coche, besar apasionadamente, un abrazo, una charla con amigos y compañeros, un paseo, ver amanecer, una escapada, una sorpresa, un viaje, una mirada llena de amor de tu pareja, compartir una palmera de chocolate. Todas estas piezas, muchas veces invisibles en nuestro día a día, son las que merecen la pena.
Cada uno tiene que tener sus piezas para su puzle, no hay ni mejores ni peores. Sólo las tuyas. Y así podrás encontrar tu equilibrio en ellas. Creo cada vez más firmemente, que, en el equilibrio, en la ecuanimidad, está la felicidad.
Lo único imprescindible es tener el coraje y la fuerza necesaria para tener esa «Felicidad». Qué hay dar el cien por cien, comprometerte, salir de tu comodidad, mostrar tu vulnerabilidad, ser honesto contigo mismo y con los demás, ser coherente. Todo ello no es nada fácil, pero creo que merece la pena intentarlo. ¿Tú qué crees? Sólo está en juego tu felicidad.
(*) Este artículo está escrito por Amaya Amilibia, experta en Coaching personal y Mindfulness